Introspección para la paz
En el Día Mundial de la Paz se renueva la pregunta ¿será posible alguna vez materializar la paz perpetua, soñada por Kant? No es fácil contestar esta pregunta, pero tal vez haya algunos prerrequisitos para que la paz sea posible. Desde ya que no es sólo una paz comprendida como ausencia de guerra lo que necesitamos. Esta sería una idea no sólo insuficiente, sino vulnerable. Necesitamos, para que la noción pueda tener permanencia, una paz positiva; es decir, el desarrollo de vínculos humanos más profundos, que partan de la comprensión del otro. No se trata de negar el conflicto para alcanzar la paz: el conflicto es constitutivo de la existencia. Se trata de aplicar inteligencia teórica y emocional al abordaje de los conflictos y de desarrollar una plasticidad interior para metabolizar los sentimientos más violentos y negativos.
La orquesta que armó Barenboim, y que visitó Buenos Aires en estos días, es un excelente símbolo de cómo es posible pensar en forma práctica la paz. Esta orquesta identificó a la música como un punto en común, como aquello que es más profundo y decisivo que toda diferencia. Aquí hay una pista incipiente del camino que puede ser necesario recorrer para lograr la paz a mayor escala. Es preciso desarrollar la idea de que lo que nos une como humanidad es mucho más relevante que aquello que nos separa. Las condiciones iniciales de la existencia, el hecho de que todos estemos sometidos al dolor, al sufrimiento y a la muerte, deberían ser mucho más poderosas que cualquier cosa que nos divida, y más poderosas que el impulso de dañarnos los unos a los otros.
Sin embargo, si uno tuviera que identificar algún elemento clave que se juega en la capacidad del hombre para mantener la paz y dirimir conflictos por la vía pacífica, ésta sería la capacidad de introspección. Esta capacidad se ve crecientemente olvidada y la aceleración de nuestras vidas nos lleva a olvidar a veces la necesidad de pensar y de conocernos mejor. Es probable que una humanidad con menor capacidad de introspección sea más proclive no sólo a dirimir conflictos por la fuerza, sino más finamente, a generar conflictos innecesarios. Porque la falta de introspección lleva a combatir en el otro rasgos que muchas veces son propios. Al respecto hay una frase inolvidable en el Demian de Hermann Hesse: "Cuando odiamos a un hombre, odiamos en su imagen algo que llevamos en nosotros mismos". Está claro, por esta línea de Hesse, que creamos escenarios en el afuera para dirimir batallas que no hemos sabido dar adentro.¿Qué puede ganar el hombre mediante una mayor introspección? Por lo pronto, la posibilidad de comprender a fondo la dualidad que le es constitutiva. Tal como Stevenson retrató en su Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, retrato que a nadie le es ajeno. Que la propia sombra, la parte oscura que toda persona lleva dentro, se convierta en amigo o enemigo depende de su frecuentación, al igual que ocurre con cualquier amistad. Cuando no se la frecuenta, puede tender a convertir todo el exterior en un escenario de enemigos potenciales.
También es necesario, dentro de esa introspección, comprender el peligro de los fanatismos, que muchas veces se despliegan como contracara de un terror secreto al misterio de la existencia. El olvido de que las convicciones son meras interpretaciones del mundo es lo que habilita a alguien a aniquilar a otro en nombre de alguna idea que supone superior.
Por eso, sin una humanidad que se comprenda mejor a sí misma será difícil consolidar la paz. Aquel famoso mandato inscripto en Delfos, el Conócete a ti mismo, no es un mandato que tenga como objetivo el solipsismo, el mero adentrarse en una interioridad: al revés, es la comprensión de que a través de la interioridad se desemboca en todo lo demás.
Por Enrique Valiente Noailles Para LA NACION
El autor es filósofo y ensayista
Sábado 4 de setiembre de 2010 - Opinión