La participación en actividades relacionadas con el tiempo libre parece ser la clave para generar espacios que potencien vínculos de abuelazgo saludables.
Fue en el pasado siglo XX que dividimos la trayectoria vital en etapas definidas: niñez, juventud, adultez y vejez, y comenzamos a pensar los vínculos entre las personas en términos de relaciones intergeneracionales. Así, mirando el devenir histórico desde el diálogo de las generaciones precedentes con las posteriores, nos permitimos señalar puntos de tensión entre la transmisión y la innovación, el modelado y la diferenciación, las continuidades y las rupturas.
En el escenario contemporáneo, los abuelos conforman un colectivo heterogéneo, difícil de englobar y describir. Y se enfrentan a la paradoja de tener que reinventarse, a causa del creciente desajuste entre la edad biológica y la social que se verifica en nuestras comunidades. Estos abuelos actuales son demasiado jóvenes para ser viejos, pues sus capacidades físicas y cognitivas se mantienen lozanas, y demasiado viejos para ser jóvenes, integrando esa porción cada vez más significativa de población que se ha retirado de la actividad económica en la plenitud de sus facultades, lo que constituye hoy por hoy un marcador de exclusión.
En el ámbito familiar, la mayor expectativa de vida posibilita que abuelos y nietos coexistan durante un período de tiempo más prolongado, determinando presencias e influencias recíprocas. Está documentado que se encuentran progresivamente implicados en funciones de crianza, como posible