Yeya, el hada mayor, trabaja demasiado. En la radio, lee poemas con magia. Cuando la escuchan, a las hadas cocineras los platos les salen exquisitos.
Por la tarde, va a la escuela de duendes. Les lleva cuentos y adivinanzas. De esa manera, aumentan su picardía. Solamente así, harán ellos travesuras divertidas.
A la nochecita, mientras se ceba unos mates, prepara un budín especial. Sus amigas, las brujicuenteras, lo devoran en dos bocados. Después, salen listas para asustar a los chicos. Su tarea de brujas se cumple sin inconveniente.
Mientras tanto, Mechi, su bisnieta y hada menor, trabaja con su paleta de colores y su atril. Es especialista en pintar flores perfumadas, pajaritos y mariposas que salen volando de la tela y toboganes de arco iris. Cuando estos últimos están listos, Mechi se trepa a ellos y, ¡¡zuuuuuummmmmmm!!!,se larga muerta de risa. ¡A veces, lo hace tan rápido, que cae patitas para arriba y calzones al aire!
Cuando llega la hora de dormir, las dos hadas charlan. Se comentan los chismes del día: una brujita que perdió su dentadura postiza dentro de una tarta de choclo, un hada jubilada que confunde una chinela con su celular…
Están cansadas, el sueño no baja a la almohada del hada Yeya. Para ayudarla, Mechi le cuenta cuentos de miedo. Están llenos de arañas peludas, sapos verruguientos y gatos negros que maúllan como locos…
Al hada mayor le da tanto susto, que en dos ratitos y un poco más, se queda dormida sin chistar. Por suerte, Mechi la cuida. Siempre lista para dar una vuelta de varita mágica y echar a las pesadillas….
María Alicia Esain©06/12/11