Historias de vida
El que sigue es el relato de un grupo de alvearenses, de Bowen, que llevan más de 55 años reuniéndose. "Qué pintones que éramos, cuántos corazones rompimos, cuántas lágrimas secaron nuestros pañuelos", recordaron los protagonistas de esta historia.
La esquina de Don Guardián Emilio fue testigo de nuestros encuentros. ¡Qué tiempos aquellos! Si pudiéramos volver por sólo un minuto... Desde allí planificábamos las salidas al cine o a hacer jugaditas al billar del hotel, o en la otra esquina, en el bar de las "chicas", o a algún baile, todo dependía del medio de transporte disponible. No éramos pretenciosos.
Nos amontonábamos en el sulky ruedas de goma y azuzábamos al Guido, otras veces al Gaucho: "Vamos, vamos que la orquesta y las chicas nos esperan en El Campamento o en Boca de La Escandinava". Después, cada uno tenía su bici, le dimos descanso al sulky. ¡Cuántas anécdotas vivimos con las bicis! Si habremos recorrido kilómetros por esos callejones de tierra, a veces recién arados o enlagunados por el agua escapada del canal.
Cómo nos reíamos cuando se nos pinchaba la rueda o cuando venía algún vehículo y para que no nos llenara de tierra nos metíamos en las hijuelas, es que íbamos abrillantados con Glostora. Los tiempos fueron cambiando. Las cosechas llegaron mejorcitas y nos dieron la oportunidad a algunos de nosotros de que los sueños se hicieran realidad; nos compramos tres camioncitos...
¡Se imaginan lo que fue eso! ¡Tres camiones a disposición de La Barra! ¡Qué alegría! ¡Qué libertad! Podíamos alejarnos del radio, llegar a Real de Padre, Villa Atuel y, por qué no, hasta San Rafael. El Pinino era empleado del correo, era el sabedor de noticias, estaba enterado de todo, de cuanta fiesta o casamiento había a la redonda, y allí estábamos presentes, siempre tuvimos mucha suerte, adonde íbamos de colados nos recibían muy bien, es que éramos respetuosos y cordiales.
Más adelante, Julio puso a disposición del grupo un Rastrojero 57, para entrar todos en él debíamos plegarnos y, para salir, el primero que lo hacía debía componernos los huesos y hasta plancharnos. Salíamos todos los fines de semana y también los feriados, era una obligación moral... Luego de algún partido de fútbol en nuestra cancha de Independiente Foobal Club, que disputábamos con los "archienemigos" del Atlético Bowen, y después una enjuagadita y a cumplir con la cita acordada, los infaltables picnics, los vermut danzantes...
Qué pintones que éramos, cuántos corazones rompimos, cuántas lágrimas secaron nuestros pañuelos. ¡Qué poco queda de aquello! No sólo nos juntamos para divertirnos, también para ayudarnos en los trabajos de la finca, casi todos éramos agricultores. Porque no era todo joda. Fueron pasando los años y cupido se encargó de ponernos freno. Nos enamoramos de las que hoy son nuestras esposas y fuimos rumbeando para el casamiento.
El que inició el camino fue el Nano, porque era el mayorcito de La Barra, y los demás lo imitamos. Llegaron los hijos, después los nietos, y seguimos conservando nuestra amistad, cada vez mas sólida, y con el compromiso de siempre de seguir juntos, seguir reuniéndonos en una cena, en una mateada o en una picadita. Hemos compartidos risas y lágrimas, pero, por sobre todo, humor y alegría; hemos sembrado amor, hoy cosechamos amistad. ¡Somos ricos!