En este tejido característico dibuja su trama la historia de cientos de mujeres del país guaraní. Una crónica sobre las tejedoras de Itauguá, la ciudad punta de ovillo de un arte casi olvidado y, a la vez, un símbolo de identidad cultural.
Las manos de Antonia enhebran el hilo blanco de algodón en el ojo de la aguja con precisión quirúrgica. La aguja se introduce en el centro de un círculo trazado en una tela tensada sobre un bastidor y viaja hasta un punto de la circunferencia y vuelve al centro y viaja hasta otro punto contiguo y vuelve, y así lo hará unas trescientas veces y será sólo el comienzo, el tendido de la red de uno de los tejidos más hermosos y característicos de Latinoamérica: el ñandutí. En Itauguá, una pequeña ciudad del departamento central del Paraguay, el centenario tejido guaraní conserva vivo un hilo de su fascinante historia.
Tejiendo espera. En el Museo Parroquial, Celia Gamarra teje y cuida los tesoros culturales de la época de la Colonia y la Guerra de la Triple Alianza, perdón, mejor dicho Cuádruple (cómo olvidarnos de las libras inglesas que financiaron la campaña aliada). Con sus salones, el museo narra la historia del ñandutí y sus variopintos diseños, pero también hay lugar para los rezagos oxidados de la guerra fratricida que desangró al Paraguay hacia finales del siglo XIX. Celia cuenta que en aquellos años, las tejedoras del pueblo solían reunirse en la casaquinta de Madame Lynch, la mujer del mariscal Francisco Solano López. “Dicen que ante el avance de los invasores argentinos y brasileños, todas las tejedoras fueron arrastradas por la vorágine hacia Cerro Corá, donde muchas murieron junto a las últimas tropas del mariscal.” Del Itauguá previo a la guerra sólo quedaron ruinas. La memoria la mantuvieron viva algunas de aquellas tejedoras que regresaron al pueblo. La historia pasó de generación en generación. De ñandutí en ñandutí. Así también la aprendió Celia.
Chiquita dime por qué. Casi una mujer araña full time. En el patio de su casa, Eleodora “Chiquita” Martínez teje en trance. Su índice y su pulgar ensayan el eterno retorno del hilo sobre el bastidor. Chiquita cuenta que desde hace casi una década comenzó a rastrear la genealogía del ñandutí para recuperar algunos dechados (puntos) ya olvidados. “Yo digo que todas las tejedoras somos artistas por naturaleza, por más analfabetas que seamos. A veces nos comparo con el oficio del pintor, aunque creo que nuestro trabajo es más paciente porque puede durar meses enteros.” La tejedora, que fue premiada por la Unesco, explica que los diseñadores de moda de Asunción “compran un mantel, cortan, unen y los apliques no tienen historia”. Chiquita prefiere trabajar sin apuros y a la vieja usanza, con medidas exactas y diseños completamente trazados sobre el bastidor. Cuentan que sus diseños de vestidos han dejado en éxtasis a más de una novia, pero no sólo por su belleza: su precio puede llegar a trepar hasta los devaluados 10 millones de guaraníes.
Filomena Caballero de Aguilera es otra de las innovadoras en el arte del ñandutí. Un día, un tanto cansada de ver el tejido en los escaparates de las tiendas, los apliques de las polleras, las carpetitas y manteles, menoscabado por la baja cotización simbólica de la artesanía, acometió una operación que el arte moderno llamaría de resignificación: puso al ñandutí dentro de un cuadro. El living de su casa está repleto de obras que muestran bucólicas escenas de la campiña paraguaya, paisajes del Lago de Ypacaraí o, en plan metadiscursivo, la mujer paraguaya sentada bajo el alero de la casa tramando con inmemorial paciencia los hilos sobre la tela. Mientras tanto, su cuadro más importante: un ranchito bajo un árbol y un camino que desemboca en un tereré enmarcado en dechados multicolores aguarda la demorada visita a Itauguá de su dueño, el presidente Fernando Lugo, para que se lo lleve a su despacho.
El teje. En la municipalidad local, la directora de cultura Jacqueline Villalba teje los contactos políticos necesarios para que un vecino pueda conseguir una docena de sillas para realizar una kermés el viernes por la tarde. Las negociaciones en el municipio gobernado por el Partido Liberal parecen complicadas y Villalba pone cara de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que el vecino se vaya satisfecho. “Disculpen la interrupción –dice Villalba–. Como les empezaba a comentar, el ñandutí es el tesoro que tenemos los itagüeños. Dicen que viene de la isla de Tenerife, y que llegó al Paraguay a principios del 1700. Pero también hay varias leyendas que lo ligan con nuestra raíz guaranítica. La más conocida habla de un cacique que quería hacer casar a su hija y pide como recompensa un regalito importante.”
–¿Cómo pedir la dote a un candidato?
–Algo así. Cuentan que la chica tenía un “huesito”, como le decimos acá. ¿Cómo le dicen en la Argentina?
–Un candidato.
–Un candidato es más de político, mejor un “huesito”. Un muchacho que le tenía en ojos a la niña. Dicen que el chico salió desesperado al monte para ver qué le podía regalar y entre los árboles ve cómo una araña tejía su red y queda camote. Resulta que el chico quiere llevarse el tejido, pero cuando va a agarrarlo, se le deshilacha entero. Entonces regresa a la aldea y le cuenta a su mamá sobre el tejido de la araña, y ahí la madre decide darle una mano.
–Siempre la mamá salvadora.
–Siempre las madres paraguayas solucionando los problemas de los hijos, chera’a. Se dice que la madre agarró una aguja y, usando sus cabellos, empezó a tejer imitando a la araña. Por eso ñandutí, que significa tela de araña en guaraní.
Mientras cruzamos el derruido salón de actos municipal, Villalba cuenta que durante las décadas de 1970 y 1980 –las dos últimas de la prolongada dictadura de Alfredo Stroessner– el ñandutí vivió sus años dorados. Pero también aclara que la recesión económica de finales de los ’80 –con caída incluida del tirano colorado en cuestión– deshilachó en un suspiro la incipiente industria aceitera local, las visitas turísticas y la manufactura textil, que daban de comer a cientos de itagüeños.
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