El Senado de la Nación rindió homenaje a la Dra. Eugenia Sacerdote de Lustig por su trayectoria como científica y como mujer. En el acto, hicimos entrega de la Medalla Conmemorativa del Bicentenario de la Revolución de Mayo 1810-2010, que concede el Senado de la Nación a personalidades distinguidas de la República Argentina, en reconocimiento a la trayectoria.
La resolución de entrega de la distinción, impulsada por propia iniciativa, contó con el acompañamiento de las Senadoras Montero, Riofrío, Meabe, Higonet, Corregido, Díaz, Bortolozzi, Fellner, Monllau, Morandini (presente en el evento) e Iturrez de Cappellini, todas miembros integrantes de la Comisión de la Banca de la Mujer.
A continuación, comparto con ustedes mi discurso:

“Hace unos días nos encontramos con Eugenia en su departamento y filmamos un pequeño video donde le hacía entrega de la Medalla del Bicentenario porque, inicialmente, ella pensaba que no iba a poder venir. Pero acá está firme, presente, con todos nosotros. Y este es un gesto que la pinta de cuerpo entero. Porque la historia de Eugenia Lustig es la historia de una mujer imparable, con arrojo, vocación y compromiso irrefrenables.”Esto es lo que me transmitió no solo en el encuentro que tuvimos recientemente, sino en un entrevista que le hice hace 15 años, cuando ella todavía trabajaba en su laboratorio a los 80 y pico, ¿se imaginan?. Y yo era periodista. “Hoy estamos homenajeando ese arrojo, ese compromiso, esa vocación tan profunda que la llevó a atravesar barreras y obstáculos que habrían acobardado a la mayoría de nosotros antes de comenzar.
“Eugenia terminó el colegio y supo que quería estudiar medicina. Pero ¿cómo iba a hacer si las mujeres no estudiaban en esa época? Entonces habló con su prima, Rita Levi -que también quería ser médica y que es Premio Nobel-, y tramaron cómo entrar a la Universidad porque habían recibido una educación para señoritas que no las preparaba, que les impedía acudir.
“Cuando se recibió como una de las primeras mujeres médicas de Italia -toda una proeza- y comenzó a trabajar en investigación, que es lo que le gustaba, Mussolini dictó leyes raciales antisemitas que impedían trabajar a los judíos. Así, Eugenia y su marido tuvieron que huir y llegaron a Argentina en 1939, con una pequeña hija.
“Eugenia dejó su familia, sus afectos y su historia en Europa. No hablaba el idioma ni conocía a nadie. Tenía que cuidar a su pequeña hija y luego a otros 2 más.Eso habría terminado con cualquier vocación. Pero no la de Eugenia Lustig.
“Eugenia terminó el colegio y supo que quería estudiar medicina. Pero ¿cómo iba a hacer si las mujeres no estudiaban en esa época? Entonces habló con su prima, Rita Levi -que también quería ser médica y que es Premio Nobel-, y tramaron cómo entrar a la Universidad porque habían recibido una educación para señoritas que no las preparaba, que les impedía acudir.
“Cuando se recibió como una de las primeras mujeres médicas de Italia -toda una proeza- y comenzó a trabajar en investigación, que es lo que le gustaba, Mussolini dictó leyes raciales antisemitas que impedían trabajar a los judíos. Así, Eugenia y su marido tuvieron que huir y llegaron a Argentina en 1939, con una pequeña hija.
“Eugenia dejó su familia, sus afectos y su historia en Europa. No hablaba el idioma ni conocía a nadie. Tenía que cuidar a su pequeña hija y luego a otros 2 más.Eso habría terminado con cualquier vocación. Pero no la de Eugenia Lustig.
“Una vez que la familia se estabilizó, y en este sentido -estoy segura de que ella querrá que brindemos también un reconocimiento a su cuñada quien la ayudó a criar a sus tres hijos-, Eugenia empezó a ir a la biblioteca de la Facultad de Medicina.

‘…Trabajábamos en una especie de campamento con un grupo grande de médicos de todas partes del mundo. Cerca había un lugar que parecía un jardín de infantes de lujo, con bananas, música funcional y ahí estaban los monitos, lindísimos, pero después los teníamos que inocular con el virus de la poliomielitis. Y, al día siguiente, había que matarlos y debíamos ponernos a estudiar toda la médula dorsal y el cerebro para ver la vacuna servía o no. Me daban pena esos monitos Rhesus de la India. Después me mandaron a Canadá y allí no había monos de la India sino del África. Estos monos eran más altos que un hombre y yo me encontraba completamente perdida, porque cada vez que le tomaba el brazo a uno para intentar hacerle la inoculación en la vena, el mono, con el otro brazo, me golpeaba la mano y me rompía la jeringa, que en esa época era de vidrio’.
“Finalmente regresó a Argentina convencida de que la solución era la vacuna desarrollada por Jonas Salk. Pero aquí la gente no se quería vacunar. Para convencer a la audiencia, Eugenia Lustig no escatimó esfuerzos: se vacunó en público y lo mismo hizo con sus propios hijos.
“También trabajó intensamente en el estudio de las células cancerígenas hasta que una lamentable ceguera le impidió seguir mirando a través de su preciado microscopio (lo que estudiaba era la degeneración de las células neuronales atacadas por Alzheimer).“Como dije al principio, el arrojo, la vocación incondicional, irrefrenable, han sido el sello de una vida dedicada a la ciencia y a encontrar soluciones para algunas de las peores enfermedades de la humanidad.
“Querida Eugenia, como mujer, como científica y como ciudadana hoy le hacemos este profundo reconocimiento en nombre del Senado y la Nación Argentina.”
También invitamos a hablar a su discípula, la Dra. Elisa Bal de Kiev Joffé, quien brindó su reconocimiento y nos ilustró sobre la personalidad de Eugenia. Estas son algunas de sus impresiones:

“Cada día, durante muchos años, hemos disfrutado de los almuerzos, en una mesa donde nos reunimos investigadores, becarios, técnicos, administrativos: la charla podía tratar temas científicos, de actualidad o de la vida, y en todos la doctora Eugenia, siempre al día, y con sencillez y modestia increíbles, tenía algo para aportar. Un aspecto que no muchos conocen es que la creatividad de Eugenia no se ha limitado a la ciencia: en los festejos del laboratorio, los cumpleaños o las despedidas era siempre ella quien escribía la mejor dedicatoria, generalmente en forma de poesía, con humor y emotividad. También quiero contarles que era una tradición en el laboratorio festejar el cumpleaños de la doctora comiendo el delicioso turrón de chocolate que nos traía cada año, y que ahora seguimos disfrutando en su casa, cuando desayunamos con ella en el día de su cumpleaños.
(…)

“También expresó: ‘La investigación es un proceso sin fin que provoca siempre sorpresas, y nunca se sabe como será su desarrollo futuro. Sin embargo, el peligro de la humanidad no es la sabiduría sino la ignorancia. La ciencia no conduce ni al odio ni al racismo. Es el odio el que recurre a la ciencia para justificar el racismo.’
(…)
“Quisiera terminar esta presentación haciendo mías nuevamente las elocuentes palabras del Dr. Fustinoni:
“‘Señores, este es un resumen de la vasta labor científica y apenas un esbozo de su actuación profesional. Pero dije al principio que su historia es la historia de una pasión. Es que la vida del laboratorio tiene una profundidad y una belleza que sólo sienten y comprenden los que tienen alma de investigadores. Sin esa paz que el hombre de laboratorio adquiere en contacto con la búsqueda de la verdad, la Dra. Lustig no hubiera superado tantos inconvenientes que ha tenido que padecer. Lo suyo ha sido la búsqueda de la verdad sin respiros, sin pausas, sin atenuantes y sin renunciar a su pasión‘.”
“‘Señores, este es un resumen de la vasta labor científica y apenas un esbozo de su actuación profesional. Pero dije al principio que su historia es la historia de una pasión. Es que la vida del laboratorio tiene una profundidad y una belleza que sólo sienten y comprenden los que tienen alma de investigadores. Sin esa paz que el hombre de laboratorio adquiere en contacto con la búsqueda de la verdad, la Dra. Lustig no hubiera superado tantos inconvenientes que ha tenido que padecer. Lo suyo ha sido la búsqueda de la verdad sin respiros, sin pausas, sin atenuantes y sin renunciar a su pasión‘.”